En un primer momento, inspirados en el trabajo casi paisajístico/descriptivo de Antón Chejov, decidimos retratar el momento en que vivimos actualmente. Móviles,
tablets, ordenadores portátiles, etc., comparten con nosotros nuestra vida personal y laboral como herramientas prácticas para ser más eficientes, para distraernos y, en definitiva, para hacer
nuestra vida mejor y más cómoda.
El proyecto, que consistiría en un laboratorio, empezó por reunir un equipo de intérpretes formadas en danza contemporánea y con capacidades para explorar el tema expuesto con sus propias reflexiones
y observaciones de éste en su vida cotidiana. Una vez realizado el trabajo de mesa y de proponer una serie de improvisaciones con las que empezar a desarrollar la escena contamos con el primer
colaborador del proyecto: José Piris.
Piris, especialista en teatro gestual y discípulo directo de Marcel Marceau, realizó varias sesiones tanto a nivel teórico como práctico introduciendo al elenco el teatro físico y el trabajo con
máscara expresiva de silencio, técnica utilizada en el montaje como sustento de la dramaturgia. Influenciada por el trabajo de Jacques Lecoq, la máscara contemporánea ha ido adquiriendo la
importancia que él mismo intuyó y desarrolló en su escuela parisina. Hoy en día, el trabajo con máscara trasciende el significado de la acción dramática proponiendo un lenguaje libre de
condicionantes lingüísticos y centrado en la emoción. Durante estas sesiones se trabajó con el elenco el trabajo de construcción de personajes, así como de la estilización de los movimientos hacia
una teatralización fácilmente reconocible por los espectadores.
Con las premisas de nuestros dos primeros colaboradores llegamos a concretar la dirección del trabajo con las máscaras pudiendo cerrar cuales serían los puntos decisivos de la intriga permitiéndonos avanzar en una dirección inexplorada: la unión de disciplinas.
El tercer colaborador sería Maximiliano Sanford, bailarín y exgimnasta olímpico, con el que empezamos a generar secuencias en las que la danza abordaba conceptos relativos a la intriga. Estas secuencias divididas en diferentes momentos servirían para reforzar líneas dramatúrgicas que hablan de la transformación de los personajes a un estado de alienación provocado por la tecnología.